El tema de la
prosperidad ha causado mucha confusión y problemas en el cuerpo de Cristo. Por una parte,
muchos suponen que la pobreza tiene algún mérito delante de Dios, que las riquezas son malas y que una persona rica no
puede vivir consagrada al servicio de Dios.
Por otra parte,
algunos han enseñado que ser
próspero significa tener mansiones, conducir autos
Mercedes-Benz o BMW y atesorar millones en las cuentas bancarias.
Los primeros
olvidan la enseñanza bíblica. Piense en Job,
Abraham, Isaac, Jacob, José, Salomón, José de Arimatea, las mujeres que servían a Jesús con sus bienes y
tantos otros creyentes que
manifestaron su consagración y amor a Dios a través de sus finanzas.
Los segundos quieren
prosperar con propósitos egoístas. Sus
vidas son egocéntricas. Giran alrededor de sí mismos. Ellos dicen: "quiero prospera para tener un
automóvil más lujoso que el de
mi vecino, una mansión como las estrellas de
cine, vacaciones cada tres meses en lugares exóticos", y cosas por el
estilo.
Lo último que pasa por sus mentes es que Dios les ha
dado el poder de hacer riquezas con el propósito de que el Reino de Dios se
extienda a través de la predicación del Evangelio.