Hemos visto cómo en el Antiguo Testamento la obra de Dios fue hecha con abundancia. Las riquezas del
mundo fluyeron hasta las manos del pueblo de Dios para que éste edificara el
Tabernáculo y el Templo, los lugares donde se manifestaba
la gloria del Señor.
En el Nuevo
Testamento esa gloria habitó corporal mente en Jesús. Ya no había tabernáculo y el templo era el
centro de una religión vacía y muerta.
Fue en Jesús donde se manifestó la gloria del Padre. Y nos han enseñado que Jesús siempre fue pobre.